viernes, 6 de marzo de 2009

Porque me gustó...

Diario de viajes.

Venecia sin mí.

La ciudad es hermosa.

Es un museo de reflejos prolongados, una prisión del tiempo a campo abierto, una ilusión óptica, un laberinto donde da gusto perderse, donde cualquier lugar es inicio, fin y lugar de tránsito. Todo está conectado entre sí y es independiente a lo demás. La gente camina sin calma como si fueran mercaderes y marchantes de aquella Venecia, que dice un guía, era dueña absoluta del comercio mediterráneo en el siglo XV.

Es una ciudad con los espacios limitados; sus calles, estrechas, llevan a calles más estrechas y a prodigiosos canales de agua donde circulan las típicas góndolas que vienen en las postales venecianas y que de cerca son, en verdad, más impactantes. Sin contar —en mi experiencia— con los gondoleros que las conducen, que uno podría imaginarse como tipos gallardos, de corte noble y una herencia de porte indudable pero que pueden ser no más que taxistas de Roma que consiguieron ese trabajo por azares de la vida y que no tienen el más mínimo entusiasmo por cantar el “¡Oh Solei!” o alguno de aquellos cánticos célebres.

Por suerte, la convivencia con el mar va más allá de los canales. Cuando a la marea le place, del piso nace agua y se forman charcos enormes que esquivan los turistas, mientras empleados públicos colocan tarimas para facilitar la circulación de los visitantes que andan en la Plaza de San Marcos tomándose fotos
de recuerdo y dando de comer pedazos de
pan a las palomas que bajan en bellas manadas acrobáticas para alimentarse. Entre tanto, los asiduos a los cafés frente a la plaza, miran esa escena tan común pero no tan corriente.

En Venecia también hay un McDonalds y cuando no se lleva mucho dinero —como es el caso— se convierte en la mejor opción para comer, aunque después, a la distancia suena extraño y hasta grotesco pensar que uno ha ido a un lugar como éste a comerse una “McBacon with double chesse”, pero es que la mayoría de los restaurantes son caros: 200 pesos mexicanos te cuesta el menú de la comida en el lugar más modesto.

Por lo que me dice un amigo que sabe muchas cosas, en Venecia, no existe una arquitectura monumental pero sí ventanajes y decoraciones de mármoles y mosaicos que a él lo deslumbran, pero que a mí, en mi bestial insensibilidad, no me dicen nada. Lo que sí me deslumbra en cambio es esa sensación de estar en el muelle viendo como atraca cada ferry y como se va. Ser testigo de ese ir y venir de toda una ciudad mítica a través de un leve temblor del barquito que me dice que en la vida siempre se está de tránsito, en transición y que las cosas ya empezaron pero todavía no terminan y lo más seguro, es que nunca acabarán.

Hallo, mientras el ferry se pierde con rumbo desconocido, un sentir de equilibrio pleno, una confianza y una soberbia por estar muy seguro ahí sentado en los escalones de la escalera desde donde lo veo alejarse hacia el fin del mundo (pido, así entre paréntesis, un aplauso para mi metáfora, surrealistamente cursi). Esa misma sensación de seguridad la refuerzo luego mientras miro el Gran Canal desde uno de los puentes. También pienso que es una lástima no haber llegado después a Venecia porque hubiera podido estar en el Carnaval de la ciudad, que todo el mundo dice que es una experiencia única.

No se si sea verdad, pero una amiga me reveló que en la noche de un viejo carnaval había tenido el mejor beso de su vida. Casi de ensueño, contó que había comprado en Florencia un disfraz perfecto donde sobresalía un antifaz blanco hecho de un material que le llaman piel de luna. Tras arreglarse, andaba de madrugada por entre callejones atiborrados de gente, cuando un hombre alto, moreno, fornido y también con antifaz pero color gris, la tomó de la cintura y bailó con ella, la canción que se oía a lo lejos hasta que después, sin más, le dio un beso profundo, largo e interminable porque mi amiga lo contaba como si todavía lo estuviera recibiendo, un beso, que la verdad, da envidia no haber conocido por estos rumbos.

De Diego Enrique Osorno

De la sección QrR! de Milenio Diario del día lunes 2 de marzo del 2009.

(Nada más lo posteo porque me gustó )

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