jueves, 8 de enero de 2009

Del día de Reyes...

No me trajeron nada los Reyes Magos, mas que dulces. En fin, creo que me han dejado de ver como un chilpayate. Sin embargo, este post no es para quejarme sino para compartir con ustedes lo escrito en la columna Cancionero, de Félix Cortés Caramillo, publicada bajo el nombre Tres cochinitos, el día seis de este mes en Milenio Diario.

No. Ni eran reyes ni eran magos. No venía uno en burro, el otro en caballo y el tercero en otro semoviente.

Si se quiere todavía confundir una creencia, el evangelio según Mateo establece que si acaso, los tres reyes magos eran sabios y venían de fuera desde el oriente del territorio que hoy llamamos Palestina. Lo más probable, dicen los que dicen que saben, es que fuesen unos astrónomos persas que andaban, como su oficio obliga, persiguiendo a las estrellas. En este caso un trío de observadores sin duda locos —porque es cualidad de sabios estar así— se dio al seguimiento de una luz en el cielo que hoy llamamos la estrella de Belén.

Al final del día lo que importa es la leyenda, y los mexicanos vivimos de ellas. La espada que se fue en prenda, la pértiga de Alvarado, el árbol de la noche triste o la tilma de Juan Diego nunca existieron; pero junto con otros mitos configuran la columna vertebral de los mexicanos y de lo que hoy llaman su idiosincracia.

Hoy, al celebrar el Día de Reyes, lo que hacemos es honrar el valor más importante de los humanos: la generosidad. La disposición que esos “hombres sabios” que así se les llama en la mayoría de los idiomas que yo conozco de acudir con, dicen, mirra, incienso y oro al pesebre en el que, dicen, nació Jesús. Celebremos, pues, esa actitud de dar; lo que sea, pero desprenderse de lo que tenemos a la mano. Aunque no sea mirra, que a mí me tomó decenios saber qué era.

En las tierras en que los hoy Reyes Magos andaban siguiendo una estrella, esta noche los niños, si acaso ven alguna, están mirando en el cielo estelas de cohetes o ráfagas de metralleta. Los uniformes de los soldados de Israel son más familiares que la teta de sus madres.

Todavía nuestros turistas le llaman Tierra Santa.

Nosotros, a fuerza de madrazos, le estamos cambiando el nombre.

Generosidad,
algo que parece costarnos mucho hoy en día.

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