viernes, 6 de febrero de 2009

Entre la tierra y las nubes...

Las farolas iluminaban tenuemente ese pueblo que he recorrido en diversas ocasiones. Su luz ambarina se abría paso a través de la niebla que había, desde hace horas, inundado las calles.

Era esa misma niebla la que había traído semejante frío consigo; el que cala hasta los huesos y quema las mejillas. Tal vez y sólo tal vez esa era la razón por la cual no había gente en las calles, en los cafés, en las pocas tiendas que todavía estaban abiertas.

Por un momento sentí que estaba inmerso en un sueño, en uno de esos en los que uno vaga por un pueblo desierto, donde no puedes vislumbrar más allá de la esquina... Me alegré al ver que no era así, cuando una anciana apareció en la plaza y me saludó.

Y es que más bien, esa es la realidad de Zacatlán. Al caer la noche y descender la niebla la gente se encierra en su casa, no es de extrañarse pues he escuchado historias de personas que se perdieron entre la espesa y blanca nube que cubre el poblado.

Al contrario de las horas de penumbra, durante el día se ve el ajetreo de personas que llevan fruta, pescado y verduras al mercado, de marchantas que buscan hoja santa o compran pan de queso. Mientras el sol está en alto, las tiendas donde se puede encontrar licor de zarzamora así como de anís con toronjíl se abarrotan de lugareños, turistas y degustadores de esas excelsas bebidas.

Y es que tan sólo era una noche fría de invierno, en la que las personas se resguardan del frío ante el peligro de perderse entre sus calles. No es el mismo Zacatlán que como reza el anuncio, es Zacatlán de las Manzanas, capital manzanera del bello estado de Puebla; que en agosto se llena de algarabía durante la feria.

Aquellos días todavía son distantes; aquellos en los que adultos y jóvenes por igual corren tras el carro en el que campesinos, ofrecen pulque recién elaborado. Esos días en los que las niñas sobre los templetes avientan manzanas a la multitud que abarrota las calles colindantes del palacio municipal.

O puede ser que tan sólo, yo no estaba de ánimos para maravillarme con las siluetas proyectadas en las magníficas construcciones de adobe, con tejados de barro que le dan al pueblo su toque mágico. Y es que tal vez... simplemente quería caminar.

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